Hoy exploraremos el Libro de Job en la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento para los cristianos.
Presenta una profunda investigación teológica y existencial sobre la naturaleza del sufrimiento humano, la justicia divina y los límites del entendimiento humano frente a la adversidad inexplicable.
Se trata de un libro bastante especial y misterioso por cuanto contiene dos partes bien diferenciadas. Los capítulos 1 y 2 de Job fueron redactados en prosa, en tanto que el resto de los 40 capítulos que completan el texto, lo son en poesía. En todos los textos bíblicos se ha podido determinar, mediante la datación paleográfica, que los versículos en prosa son los más tardíos y los escritos en verso, serían más antiguos.
Esto es bastante probable en el Libro de Job, puesto que los capítulos 3 a 42 son ideológicamente diferentes de los primeros dos. ¿Por qué digo esto? Porque realizan una narrativa respecto de un hombre “recto y justo” que se enfrenta a una serie de calamidades extremas, incluyendo la pérdida de su riqueza, la muerte de sus hijos, criados, su ganado y finalmente, una enfermedad dolorosa. Este tipo de adversidades, entre los hombres de la época en que estos versos fueron redactados, significaba una especie de “castigo divino”. Ideológica y religiosamente, existía la creencia de la retribución divina, es decir que cada hombre era responsable del ingreso del mal a sus vidas y a la del mundo y cada uno respondía por sus actos. Por ello, todos sus amigos le preguntaban y coaccionaban a que confesara qué pecados había cometido como para sufrir semejante retribución por parte de su Dios.
Sin embargo, Job negaba sistemáticamente la sola idea de haber cometido alguna falta en su vida y se quejaba de su suerte, de su vida y hasta de su propio nacimiento (inclusive en teología fueron consideradas estas diatribas como verdaderas blasfemias). Los diálogos de Job con sus amigos (Elifaz, Bildad y Zofar) reflejan diferentes perspectivas sobre el sufrimiento, adhiriéndose principalmente al principio de retribución, que Job refuta vehementemente, defendiendo su inocencia. El libro desafía explícitamente la noción de que el sufrimiento es siempre un castigo por el pecado, lo que representa una subversión significativa de la teodicea tradicional. Esto sugiere que el sufrimiento puede existir independientemente de la falta de moral humana, introduciendo una dimensión de misterio divino y soberanía que trasciende las concepciones humanas de “justicia”.
Hasta que finalmente, después de tantas quejas y pedidos a su Dios para que le quite la vida porque ya no podía soportar semejante situación, Yahveh le responde reprendiéndolo fuertemente, haciéndole notar que la pequeñez del hombre frente a las decisiones divinas, no le permite comprender la magnificencia que implicaba su propia existencia. Los versos con los que Dios inicia esta ejemplar respuesta a Job, dicen así: “Yahveh respondió a Job en medio de la tempestad y dijo: ‘¿Quién es ese que oscurece mis obras con palabras insensatas? Amárrate los pantalones como hombre: voy a preguntarte y tú tendrás que enseñarme. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¡Habla, si es que sabes tanto! ¿Sabes tú quién fijó sus dimensiones, o quién la midió con una cuerda? ¿Sobre qué están puestas sus bases o quién puso su piedra angular? Mientras cantaban a coro las estrellas del alba y lo aclamaban todos los hijos de Dios”
Y así continúa a lo largo de los capítulos 38 a 41 reprochando a Job que no estaba en posición de quejarse de tal manera, frente a la magnitud de la creación por Él realizada, con lo que le daba a entender que absolutamente todo lo que ocurre en el mundo, la naturaleza, la tierra, los mares, los animales, los hombres y hasta lo que nos parece injusto: la enfermedad, la miseria, la guerra, todo era obra divina y por lo tanto, nadie estaba en condiciones de cuestionar sus decisiones.
Finalmente, en el capítulo 42, Job reconoce las palabras del Creador y responde así: “Reconozco que lo puedes todo y que eres capaz de realizar todos tus proyectos. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores a mi. Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por esto retiro mis palabras y hago penitencia sobre el polvo y la ceniza” .
Ahora analizaré los capítulos 1 y 2 de Job, que preferí dejar para el final, porque a criterio de quien escribe, fueron redactados como dije, en diferentes épocas. Y si tenemos en cuenta que los historiadores consideran que el libro con mucha probabilidad fue redactado en la época de la dominación persa sobre territorio israelí (siglos VI-IV a.C.; aunque inclusive hay teorías que lo ubican más tardíamente cerca del siglo III), entiendo que no resulta imposible que ya las ideas estoicas hubieran comenzado a permear en la sociedad de la época y los redactores del libro hayan sido influidos por esas ideas.
Por otra parte, durante la mencionada etapa (denominada generalmente como la época del Segundo Templo), las ideas acerca del mal fueron transformándose. Y desde la responsabilidad individual para afrontar las propias conductas, castigadas o premiadas únicamente por Dios, como única fuente de todo lo existente (también del mal), fue apoderándose de los pensadores un nuevo concepto que convertía al hombre en una especie de “víctima” de poderes sobrenaturales superiores y externos a él, sobre los cuales se encontraba inerme. Esos poderes superiores ahora eran dos fuerzas extremas: el bien, encarnado en Yahveh y el mal, atribuido a Satán.
Si se observa el capítulo 1 del Libro, vemos que existe una especie de asamblea en el Cielo, encontrándose Yahveh con todos sus ángeles. A dicha reunión asiste el Satán (HaSatan en hebreo) que resulta ser uno de los ángeles integrantes de la Corte Celestial y Dios le pregunta dónde estuvo, a lo que responde que viene de pasear por la tierra. Dios entonces le dice si vio a Job, el hombre más justo y recto sobre la faz del planeta y del que se vanagloria inclusive. A lo que Satán le responde que es fácil para Job ser fiel a Dios, cuando está lleno de riquezas, familia y no tiene problema ninguno; que lo ponga a prueba de alguna manera, quitándole todo lo que posee y se verá si mantiene su fidelidad. Yahveh le contesta entonces que “autoriza” a Satán a que lo aflija a Job con sus maldades, pero que no lo toque a él.
Numerosas tragedias suceden entonces a Job, quien pierde a sus hijos en diversos accidentes, también todo su ganado y riquezas, porque cae fuego del cielo que mata a sus animales e inclusive a todos sus siervos. Y aún así, y aquí es donde se encuentra la mayor diferencia con los capítulos 3 a 42, Job se mantiene firme en su fe, acepta sus circunstancias con abnegación y continúa su vida, entendiendo que las tragedias por las que atraviesa, aunque él no pueda entenderlas, provienen de Dios y las acepta.
En el capítulo 2 la escena en el Cielo se repite; hay una nueva reunión de Dios con sus ángeles y, apareciendo Satán, vuelve a provocar a Dios, diciendo que Job se mantiene firme en su fe, en tanto todo lo ocurrido, ha sido a su alrededor; que no lo tocaron directamente a él y entonces vuelve a manifestar que si él fuera el agredido, no podría ya sostenerse fiel. Dios finalmente, lo autoriza nuevamente, pero le pone como límite que no mate al justo.
Allí es entonces cuando Job enferma severamente, con lastimaduras en todo su cuerpo, semejantes a lepra, sufre dolores y debilidad. Su esposa, cansada de tantas penurias le implora que maldiga de una vez a su Dios y lo abandone, pero él le dice: “Hablas como una ignorante. Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿por qué no aceptaremos también lo malo?
Los análisis académicos señalan que el Libro de Job, junto con Eclesiastés, fue considerado “anómalo” en el Antiguo Testamento debido a su “agudo pesimismo” y su “conocimiento implícito del pensamiento griego”. Esto sugiere un posible diálogo o conciencia filosófica dentro del propio texto bíblico, incluso si no es una adopción directa del estoicismo. La “impenetrabilidad e inutilidad del sufrimiento” y la “dificultad estructural del hombre para construirse un destino de libertad” en Job resuenan con ciertos aspectos del determinismo clásico y el pesimismo, como se ve en las reflexiones de Séneca sobre la naturaleza cíclica de la existencia. La observación de que Job y Eclesiastés eran considerados “anómalos” debido a su “pesimismo” y “conocimiento implícito del pensamiento griego” sugiere que estos textos bíblicos no eran pronunciamientos teológicos aislados, sino que se involucraban implícita o explícitamente con cuestiones filosóficas más amplias prevalentes en el mundo antiguo. Esto implica una “corriente filosófica subyacente” dentro de cierta literatura sapiencial bíblica que la hace particularmente susceptible al análisis comparativo con filosofías como el estoicismo.
El análisis comparativo revela que el Libro de Job y el estoicismo, a pesar de originarse en paisajes culturales e intelectuales distintos, entablan un diálogo profundo y complejo sobre la experiencia humana del sufrimiento. Exhiben notables convergencias en su énfasis en la fortaleza interior, el autocontrol emocional, la aceptación de circunstancias incontrolables y la búsqueda de una vida virtuosa, ofreciendo mecanismos de afrontamiento funcionalmente similares para la adversidad.
Ambas tradiciones continúan ofreciendo ideas invaluables para los individuos contemporáneos que luchan con el sufrimiento, la incertidumbre y la búsqueda de significado. Job proporciona una poderosa narrativa de fe probada y profundizada, enfatizando la confianza en un Dios soberano y sabio más allá de la comprensión humana. El estoicismo ofrece una filosofía robusta y práctica para cultivar la resiliencia interna, el manejo emocional racional y un sentido de conocimiento al enfocarse en lo que realmente está dentro del poder de uno. La interacción entre estas tradiciones resalta preguntas humanas universales y los caminos diversos, aunque a veces superpuestos, que la humanidad ha forjado en su búsqueda de sabiduría y paz frente a los desafíos inherentes de la vida.