Síndrome del impostor: separar juicio propio de opiniones externas

Publicado el 30/09/2025.
síndrome del impostor

El síndrome del impostor es esa voz interna que nos susurra: “No eres suficiente, tu éxito es un accidente, pronto descubrirán que no mereces estar aquí”. Aunque afecta a personas de todas las edades y profesiones, es particularmente común en entornos académicos, creativos y laborales exigentes.

Quienes lo experimentan dudan de sus logros, atribuyen sus éxitos a la suerte y sienten miedo de ser descubiertos como “fraudes”. Sin embargo, este fenómeno no es nuevo. Aunque el término es reciente, la sensación de inseguridad frente a las opiniones externas ya fue abordada por los filósofos estoicos hace más de dos mil años.

La enseñanza central del estoicismo puede resumirse así: lo que de verdad importa no son las opiniones externas, sino el juicio propio, la coherencia con la virtud y el dominio de la mente.

El origen del síndrome del impostor

En 1978, las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes acuñaron el término “síndrome del impostor” para describir a personas exitosas que, a pesar de las pruebas objetivas de su competencia, vivían con miedo constante de ser desenmascaradas.

Hoy, estudios muestran que más del 70% de las personas lo experimentan en algún momento de su vida. Se manifiesta en frases como:

  • “Tuve suerte, por eso me eligieron”.
  • “No sé lo suficiente, no debería estar aquí”.
  • “Pronto se darán cuenta de que no soy tan capaz”.

Este malestar surge porque damos más valor a las opiniones externas que a nuestro propio juicio. Y aquí es donde el estoicismo nos ofrece una herramienta poderosa para liberarnos.

El juicio propio en la filosofía estoica

Epicteto lo expresó con una claridad asombrosa en su Manual de Vida:

“A los hombres no les perturban las cosas, sino las opiniones que tienen de ellas”.

La inseguridad no proviene de nuestras capacidades reales, sino de cómo interpretamos las expectativas de los demás.

Séneca, en sus Cartas a Lucilio, aconsejaba no vivir pendiente del aplauso o la crítica:

“Quien se complace con la alabanza de los demás, se entristecerá con su censura”.

Marco Aurelio, en sus Meditaciones, fue todavía más contundente:

“No pierdas más tiempo discutiendo cómo debe ser un buen hombre: sé uno”.

Los tres coinciden en lo esencial: la verdadera medida de nuestro valor no está en lo que otros opinan, sino en nuestra coherencia con la virtud.

Cómo se conecta el síndrome del impostor con lo estoico

El síndrome del impostor florece cuando confundimos nuestro valor con la mirada ajena. El estoicismo nos recuerda que lo único que está bajo nuestro control es nuestro juicio y nuestras acciones, no la percepción que otros tengan de nosotros.

  • Si damos demasiado peso a la opinión externa, vivimos como marionetas del reconocimiento.
  • Si cultivamos nuestro juicio interno, hallamos la libertad.

Para los estoicos, la clave está en distinguir lo controlable de lo incontrolable. Y la opinión ajena, aunque influya en nuestra vida, nunca depende enteramente de nosotros.

Estrategias estoicas para superar el síndrome del impostor

  1. Diferenciar control interno y externo
    Haz una lista: ¿qué depende de mí en este trabajo o proyecto? (esfuerzo, preparación, disciplina). ¿Qué no depende de mí? (gustos, juicios, comparaciones). Esta simple práctica reduce la ansiedad.
  2. Practicar la cláusula de reserva
    Al actuar, añade mentalmente: “si la naturaleza lo permite”. Así recuerdas que los resultados no dependen del todo de ti, y que tu valor está en el esfuerzo virtuoso, no en el resultado.
  3. Ejercicio de journaling estoico
    Como Marco Aurelio, escribe cada día: ¿qué hice bien hoy?, ¿qué puedo mejorar? Este hábito fortalece la autoevaluación sin depender del juicio externo.
  4. Redefinir el éxito
    Para un estoico, el éxito no es un título ni un aplauso, sino vivir con virtud: justicia, coraje, templanza y sabiduría. Si actúas con coherencia, ya eres exitoso aunque nadie lo reconozca.
  5. Recordar la naturaleza humana
    Marco Aurelio recordaba que incluso los grandes emperadores serían olvidados. Si esto es cierto, ¿por qué dar tanta importancia al juicio efímero de otros?

Ejemplos clásicos y modernos

  • Epicteto, nacido esclavo, fue considerado ignorante por muchos. Sin embargo, su filosofía sigue viva siglos después. ¿Qué habría pasado si hubiera permitido que la opinión ajena definiera su vida?
  • Séneca, acusado de hipocresía por su riqueza, entendía que la coherencia interior era más importante que los juicios externos.
  • Sheryl Sandberg, directora de operaciones de Facebook, reconoció públicamente haber sentido el síndrome del impostor a pesar de sus logros. Su caso muestra que incluso las personas más influyentes pueden sufrirlo, pero también pueden superarlo.

Conexión con la psicología moderna

La ciencia contemporánea coincide con la visión estoica: lo que pensamos sobre nosotros mismos es más determinante que los hechos externos.

  • Carol Dweck, en Mindset: La actitud del éxito (Amazon), muestra que una mentalidad de crecimiento ayuda a interpretar los errores no como pruebas de incompetencia, sino como oportunidades de aprendizaje.
  • Brené Brown, en Los dones de la imperfección, destaca la importancia de la autoaceptación frente a la búsqueda constante de validación externa.

Ambos enfoques dialogan con el estoicismo: cultivar el juicio propio es clave para superar la inseguridad.

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El verdadero antídoto contra el síndrome del impostor

El síndrome del impostor se disuelve cuando entendemos que nuestro valor no depende de la validación externa. El antídoto estoico consiste en cultivar el juicio propio: actuar con virtud, reflexionar con honestidad y aceptar con serenidad lo que escapa a nuestro control.

Séneca lo expresó con una frase que bien podría ser la cura definitiva:

“Quien se basta a sí mismo, nunca es un impostor”.

Separar lo interno de lo externo

El síndrome del impostor no desaparecerá del todo, porque siempre habrá momentos de duda. Pero podemos aprender a convivir con él sin que nos domine. La filosofía estoica nos recuerda que lo externo —la opinión, la crítica, el reconocimiento— nunca será estable.

Lo único firme es nuestro juicio interior. Y mientras actuemos con virtud, no habrá impostor que pueda vencernos.

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