La historia estoica de Rut – la moabita
En esta ocasión analizaré un personaje femenino que realmente creo que es un modelo de estoicismo, aunque no todos los analistas así lo consideran. Este personaje es RUT “la moabita”. En principio debo destacar cuál es el contexto histórico en que se enmarca esta historia, la cual es relatada en forma de novela en la Biblia Hebrea.
Debemos tener presente que dicha novela fue escrita durante el período de dominación persa sobre territorio de Israel y, claramente data de la época postexílica, en torno a la segunda mitad del siglo V a.C., pero relata episodios que habrían ocurrido en la época de los Jueces (años 1200-1000 A.C.)
Según la etnografía bíblica, los moabitas eran parientes de Israel, pero con una alcurnia ilegítima por ser descendientes de las relaciones incestuosas de Lot, sobrino de Abraham, con sus hijas. Relata la biblia en Génesis: “36. Las dos hijas de Lot quedaron encintas de su padre. 37. La mayor dio a luz un hijo, y le llamó Moab: es el padre de los actuales moabitas. 38. La pequeña también dio a luz un hijo, y le llamó Ben Ammí: es el padre de los actuales ammonitas.” (Génesis 19)
Hay quizás en la novela un sentimiento claramente reaccionario a la xenofobia que por esa época reinaba en Israel en relación a los pueblos circundantes, principalmente por sus tendencias idolátricas. Esta mentalidad llevaba a Israel a asumir una actitud contraria al contacto con los extranjeros, y en particular a los matrimonios mixtos, tan claramente reprobados por Deuteronomio 23,3-6: “El ammonita y el moabita no serán admitidos en la asamblea de Yahveh; ni aun en la décima generación serán admitidos en la asamblea de Yahveh, nunca jamás. 5. Porque no vinieron a vuestro encuentro con el pan y el agua cuando estabais de camino a la salida de Egipto, y porque alquiló para maldecirte a Balaam, hijo de Beor, desde Petor, Aram de Mesopotamia. 6. Sólo que Yahveh tu Dios no quiso escuchar a Balaam, y Yahveh tu Dios te cambió la maldición en bendición, porque Yahveh tu Dios te ama. 7. No buscarás jamás mientras vivas su prosperidad ni su bienestar”. (Deuteronomio 23)
En similar orden de ideas se expresan también Esdras: capítulos 9-10 y Nehemías 13; 23-29, ya que las leyes impuestas por Esdras postulaban que las mujeres extranjeras, junto a sus hijos debían ser expulsadas de Judá (Esdras 10:3) cuya lectura se recomienda al lector del presente, para comprender cuál era la real situación de exclusión a la que se veían expuestos los habitantes de pueblos aledaños a Israel, dada su condición de idólatras y también y principalmente, por haber intentado maldecir al pueblo de Israel durante su travesía por el desierto para llegar a la tierra prometida.
En tal contexto entonces se enmarca la novela de Rut, cuyos rasgos más salientes son los siguientes: 1.- La sociedad donde la novela se desarrolla es de corte netamente patriarcal, donde las mujeres que no poseen padre, marido y/o hijos varones que las sostengan, se convierten prácticamente en “parias”, debiendo vivir de la limosna o de trabajos esclavizantes.
2.- A raíz de lo antedicho existía la institución jurídica del “levirato” (según la cual el hermano de un hombre que muere sin dejar hijos, tiene la obligación de desposar la viuda) y del “goelato” (según la cual una persona redime, bien a un pariente cercano de la esclavitud o una propiedad familiar).
El libro narra la historia de Elimelec, un hombre de Belén de Judá que emigró con su familia al país de Moab, debido a la existencia de una gran hambruna en Israel. Su esposa se llamaba Noemí y sus hijos, Kilyón y Majlón. Al morir Elimelec, sus dos hijos se casaron con Orfa y Rut respectivamente, ambas mujeres moabitas.
Unos diez años más tarde, murieron también los dos hijos sin dejar descendencia, y entonces Noemí, decide volver a su tierra natal, Belén de Judá y en principio, sus dos nueras, viudas también, la acompañan. Pero la mujer les pide que regresen a sus casas, que intenten rehacer sus vidas, casándose con algún hombre que pueda, no solamente sostenerlas económicamente, sino también darles hijos. Tanto Orfá como Rut entre lágrimas y lamentos, se niegan a abandonarla, pero su suegra insiste tanto que la primera de ellas, finalmente, decide volver.
Pero en el caso de Rut no ocurrió lo mismo. Ella persistió en su decisión de no dejar sola a su suegra que, a la postre, tanto la había querido y acompañado durante la vida de su esposo, a punto tal que estas fueron sus palabras, con las cuales convenció a Noemí de que no le volviera a insistir con su pedido de que vuelva a su casa en Moab: “No me obligues a dejarte, yéndome lejos de ti, pues adonde tú vayas, iré yo; y donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, allí también quiero morir yo y ser enterrada. Que el Señor me castigue como es debido si no es la muerte la que nos separe” (Rut 1: 16-17)
Creo entonces que aquí encontramos el primer rasgo de estoicismo en la actitud de Rut: El “Amor estoico”. Tal como indica Mauro Decker Díaz en esta misma página: “El amor es fácil cuando todo va bien. Pero el verdadero desafío aparece en la enfermedad, en el conflicto, en el cambio. Allí es donde el amor estoico muestra su poder: en lugar de dramatizar o victimizarse, el estoico actúa con virtud: escucha, acompaña, sostiene… sin dejar de ser él mismo”.
Y efectivamente esto ocurre con Rut, la moabita. El amor que profesa hacia su suegra, la lleva a tomar la decisión de no dejarla sola, aunque sabe que marcha a una tierra desconocida, con unas costumbres que no son las propias, con dioses que no son los suyos, pero sin embargo su amor y su compasión, son más fuertes que sus posibles dudas o conflictos y avanza con convicción en tal camino.
En el mismo orden de ideas demuestra también dos de las virtudes principales del estoicismo: valentía y coraje, el que demostrará más abiertamente, una vez llegadas ambas a Belén de Judá, donde debió salir a trabajar en los campos, a recoger las sobras de las espigas que dejaban los segadores, en época de cosecha de la cebada. Este tipo de trabajos se desarrollaba en un ámbito totalmente masculino, ya que, como dijimos anteriormente, las mujeres casadas o con hijos varones, estaban dedicadas únicamente a las labores del hogar, con lo cual el coraje de Rut se demuestra en toda su magnitud. Sabe que no podrá obtener otro trabajo con el que pueda sostenerse ella y su suegra y no duda un instante, cuando Noemí la autoriza, en salir a la campiña a realizar labores reservadas para el hombre, exhibiendo la valentía de afrontar un medio que naturalmente podía resultarle hostil.
Afortunadamente fue a dar justamente al campo de un pariente lejano de Noemí, que era muy rico y propietario de dichos campos. El hombre llamado Booz conoció a Rut, preguntó su historia a los segadores y luego a ella misma, indicándole que no vaya a trabajar a ningún otro campo, sino que por el contrario, siga a sus empleados a cualquier terreno donde ellos se movieran y que nadie la molestaría. La razón de tal actitud, la explica él mismo: “Me han contado lo bien que te has portado con tu suegra después de que murió tu marido, hasta el punto de dejar tu patria y tus padres para venir a un país totalmente desconocido para ti. Que Yahveh te recompense tus buenas obras y que el Dios de Israel, bajo cuyas alas te has cobijado, te de el premio que mereces”
Según indica con claridad Tamara Cohn Eskenazi, profesora en el Hebrew Union College en Los Ángeles: «Ningún libro bíblico se concentra más en las mujeres y sus vidas que el libro de Rut. Sin embargo, mientras que el libro exalta la determinación de Rut, la moabita, y celebra su ingenio y el de Noemí, también ilustra los límites de la capacidad de las mujeres para triunfar sin tener que depender de la autoridad masculina. Por eso, muestra un mundo en el que las mujeres pueden iniciar acciones, pero en el que las decisiones oficiales son tomadas o confirmadas por los hombres. En este sentido, Rut conserva el patrón más típico del mundo antiguo en el que las mujeres pueden ejercer el poder para lograr sus objetivos, pero también deben incorporar hombres para su causa, porque los hombres tienen la autoridad necesaria». («La vida de las mujeres en el período postexílico» en: Los Escritos y otros libros sapienciales [Nuria Calduch-Benages y Christl M. Maier, eds.; Verbo Divino, 2012], p. 37)
Asimismo, para Flavio Josefo, el gran historiador judío del siglo I a.C. – I d.C., en su obra “Antigüedades Judías”, la providencia de Dios está orientada a hacer justicia: el criterio principal por el cual Dios castiga o recompensa es la virtud; o sea, Dios exalta a los humildes y humilla a los grandes. Obsérvese en este sentido que Rut 3: 11 se refiere a la protagonista como “La mujer virtuosa”. El cronista bíblico y el historiador Josefo ilustran esta verdad eterna sin sentir la necesidad de más comentario, desde luego, porque no les hacen falta explicaciones psicológicas para las acciones de los protagonistas de los sucesos que relatan.
Asimismo y tal como varios siglos más tarde enseñaron los estoicos, la realidad a la que se enfrentó Rut era muy dura y difícil: como dijimos eran dos mujeres solas en una sociedad claramente patriarcal, en un territorio para ella desconocido, con unas costumbres que no eran las propias con las que había nacido y vivido. Sin embargo, lejos de resignarse a su suerte y terminar viviendo en la indigencia como le habría tocado hacerlo, transformó esa realidad a su favor, yendo a trabajar al principio en condiciones paupérrimas, lo que la llevó a conocer a Booz, un pariente lejano que gozaba de buena fortuna y tierras.
Finalmente, Booz asume su condición de pariente de la suegra de Rut y se casa con esta última, dando cumplimiento con las dos leyes existentes en la época: la del Levirato para proporcionar descendencia a la esposa de un difunto (no olvidar que el esposo de Rut había muerto sin hijos). En estos casos, el primer hijo varón que la mujer tenga de su nuevo esposo, llevará el nombre del difunto y será considerado como su hijo. Y asimismo cumplió con la ley de goelato, es decir reinvindicar la tierra para ella y su suegra.
Tuvieron un niño, al que pusieron por nombre Obed. Éste fue el padre de Jesé y de este último nació quien iba a ser el más grande rey de Israel: David.